Tenía seis años cuando mi mamá me dijo un día que vio un anuncio muy padre de una niña mágica con un gato. El sábado, bien temprano en la mañana, prendí la televisión y escuché por primera vez el intro de la serie que me cambiaría por completo. Los colores, los personajes, pero sobre todo, su protagonista, me obsesionaron desde el primer momento y quedé traumado de por vida... para bien, claro.
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Todas las caricaturas antes de Sailor Moon (1995) se volvieron una masa gris e insípida para mí. Nunca había visto un anime y recibí una gran sorpresa esa mañana. En los noventa, la mayoría de las caricaturas que un niño millennial como yo podía ver en la televisión no eran más que de personajes tontos que se perseguían los unos a los otros, como en Tom y Jerry; Sailor Moon vino a cambiar eso para siempre.
Lo primero que llamó mi atención fue el darme cuenta que Serena era una niña normal.
Siempre había visto superhéroes en las caricaturas pero no parecían muy normales para mí, eran hombres verdes fortachones o que venían de otros planetas para salvar a la tierra con sus superpoderes. Pero Serena no era así, ella era una niña llorona que sacaba pésimas calificaciones en la escuela, le gustaba ir a jugar maquinitas y perder el tiempo, pero también, esa niña había sido merecedora de un gran poder y de tener como compañera a Luna, la gatita mágica... ¡que además podía hablar!
No le pasaba lo mismo que a los superhéroes de los demás niños, cuando se transformaba también tenía miedo y debía ir venciendo poco a poco su ansiedad y su inmadurez para lograr lo que se cometía en cada misión. Cuando vencía a algún villano ella regresaba a su estado normal, a su verdadera personalidad, nunca la perdía, nunca dejó de ser la niña quejumbrosa con malas calificaciones; nunca perdió su esencia.

Después de ver esta serie –yo ya siendo muy fan desde el primer momento– tuve el valor de proponerme como una sailor cada vez que jugaba con mis primos y amigos. Sailor Moon me hizo más consciente de ser un niño con gustos y preferencias diferentes a los de los demás niños. Todos los demás elegían a sus superhéroes, mientras yo decía: “yo soy una sailor y me vale todo en la vida”.
Tal vez esto sea difícil de entender para las personas heterosexuales, pero de pequeños, los niños gay no tuvimos un ícono con el que nos identificáramos, una figura a la que quisiéramos parecernos; los medios de comunicación satanizaban a nuestra comunidad.
Sailor Moon llegó como todas las demás divas pop a las que admiramos en nuestra niñez.
Ellas eran mujeres diferentes, mujeres a las que no les daba miedo ser ellas mismas, ser vulnerables y mostrar sus defectos y sus deseos a todo el público. Se visten y se expresan como lo que son por dentro, no importa si las tachan de tontas o banales y yo con eso me identificaba por completo.
Viendo el anime me di cuenta que toda la historia estaba hecha por estas mujeres; personajes que se empoderan solos, sin ayuda de ningún hombre y sin dejar de ser ellas mismas.

Con el pasar de los capítulos –y el estreno de sus películas– el universo de Sailor Moon me fue revelando cosas que nunca creí posibles, pero que sucedían con la mayor naturalidad. Por ejemplo, en Sailor Moon Super S (1995) aparece Ojo De Pez, un personaje masculino con facciones y peinado totalmente femeninos.
Por algunas escenas en donde aparece en traje de baño, me di cuenta que era un hombre. A este villano le encanta vestirse de niña, con vestidos increíbles y salir a seducir a otros hombres. De hecho, seduce a Tuxedo Mask –el novio de Sailor Moon– y lo que es genial es que Serena no se escandaliza porque su rival sea hombre, sino porque ese dulce personaje en realidad es un villano.
Todo el universo queer en Sailor Moon viaja por una naturalidad increíble, logrando que te emociones por romances como los de Sailor Uranus y Sailor Neptune, dos chicas que estaban completamente enamoradas en la serie. Una de ellas, muy andrógina, viste de forma muy masculina y puede darte a entender que se trata de un hombre, pero cuando se transforma en sailor, se revela que, en efecto, es una mujer. Esa relación lésbica ha trascendido fronteras temporales.

A la creadora de la serie, Naoko Takeuchi –quien no tiende a hablar en público y a dar testimonios tan seguido– en una entrevista reciente le preguntaron el porqué de hacer personajes genderqueer y específicamente la pareja lésbica entre Sailor Uranus y Sailor Neptune, a lo que ella respondió que su mamá, desde muy pequeña, la educó con libertad.
También, en la primera película de Sailor Moon aparece Fiore, un personaje gay que trata de recuperar el amor de Tuxedo Mask, aunque él en realidad nunca lo vio más que como un amigo. Le lleva al galán un planeta plagado de flores como muestra de su amor y compite contra Sailor Moon para recuperarlo.
De nuevo, llama la atención que la heroína no se espante al saber que su contrincante es un hombre, sino que lo ve como un igual, lo ve como su competencia directa. ¡¿Qué tan arriesgado pudo haber sido basar la historia de la primera película de Sailor Moon, una caricatura para niños, en un pelea entre Serena y un hombre por el amor de Tuxedo Mask?!
La respuesta es: nada arriesgado. Sailor Moon sigue contando con un fandom enorme que crece año con año y, a pesar de que algunas de estas hazañas fueron censuradas en algunos países, el anime triunfó sobre los prejuicios.
Incluso hasta la fecha se sigue apostando por estos queridos personajes, como se demostró con el estreno de Sailor Moon Eternal (2021) en Netflix.
Me llama mucho la atención el saber que el género al que pertenece Sailor Moon, el mahou shoujo o anime sobre chicas mágicas sea tan atractivo, no solo para las mujeres, las cuales son el target principal, sino para los hombres y también para los que pertenecen a la comunidad LGBTQ+.
Creo que tiene que ver con la idea de la transformación, con la idea de que esas chicas guardan un secreto al igual que nosotros y que no todo el mundo puede entenderlo. Pero esto es solo una especulación que no me consta.
Lo que sí es verdad, es que a mí, Sailor Moon me cambió la vida y la genuinidad con la que vive todos los días Serena siempre me fortalece.