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Fui a una canalización de ángeles y descubrí que me quieren más de lo que yo me quiero a mí

A punto de empezar el 2020, esto fue lo que mis ángeles me dijeron sobre mi presente y mi futuro.
Publicado 30 Dic 2019 – 02:41 PM ESTActualizado 31 Dic 2019 – 10:11 AM EST
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Crecer con un padre ateo me formó con una visión muy estricta (y ñoña) sobre los acontecimientos del mundo; todo debía tener una explicación científica, y lo que no cuadraba con disciplinas tales como la geología o la biología era, entonces, un invento. En algún punto de mi infancia intercambié un Nuevo Testamento para niños por el primer tomo de ¿ Cómo se formó la tierra? y traicioné a los que serían mis padrinos de la primera comunión.

Cuando Evelia, la chica que nos ayudaba a las labores de la casa y quien muchos años fue una fiel compañera mía, me dijo que iría hasta el Ajusco y pagaría la mitad de lo que ganaba al mes para que una bruja le leyera su suerte y le hiciera una limpia (siendo honestos, no la había pasado nada bien en los últimos meses) intenté persuadirla de que eso no iba a mejorar su estabilidad emocional ni enmendar su relación tóxica. Me enfurecí, le dije que eran charlatanerías, que le iban a ver la cara. Pero ella insistió. Sorprendentemente, cuando regresó se veía más repuesta que antes, dijo que tenía una gran confianza en el futuro, así que decidí dejar de ser tan severa con los aficionados a los oráculos. "De algo debían servir", concluí.

Ahora, una década después, a punto de terminar un año y en medio del remolino de mensajes astrológicos y explicaciones improvisadas sobre los efectos que tiene mercurio retrógrado en nuestras acciones, soy menos escéptica que nunca y en todo momento me preparo para nuevas revelaciones. Así que cuando en la redacción nos plantearon ir en busca de predicciones o premoniciones para el 2020, opté por escuchar a mis ángeles por primera vez; me sometería a la terapia conocida popularmente como "canalización de ángeles" o sencillamente "angeloterapia". ¿Qué pensaría mi padre y Evelia sobre esto?

Sin más, lo más libre de prejuicios posible, llegué al consultorio donde los canalizadores ofrecen las terapias. En este caso, un pequeño cuarto adornado con deidades de todo tipo –no solo ángeles– ye inundado por melodías que no dejaron de recordarme en todo momento a las que acompañan las escenas eróticas de las películas para adultos de los 80. Entonces resumí que si me sentía tan abierta a eso era porque, en realidad, soy una adicta a la retroalimentación y a que me digan qué ven de mi vida que quizá yo no veo, sin importan si sea una figura religiosa.

En esta tipo de terapia, el canalizador es el encargado de contactar a los ángeles en un plano no terrenal para recibir los mensajes que tengan de transmitirnos o bien, recoger las respuestas a nuestras preguntas precisas. No es gratuito que la palabra "ángel", del griego ángelos, signifique “mensajero”.

Antes de empezar la sesión, sentado frente a mí en un pequeño sillón, mi terapeuta (lo llamaremos E.) me explicó que, a grandes rasgos, esta terapia sirve como sanación espiritual, pues podemos ver nuestra propia vida a través de los ojos de nuestros ángeles. Todos tenemos dos ángeles, uno con carga energética masculina y otro con carga energética femenina, y que básicamente, su labor en nuestras vidas es cuidarnos darnos los mensajes que necesitamos para completar nuestra "misión de vida".

Para conectar y comunicarse con mis ángeles, E. no empleó ni velas ni cartas, sino que sencillamente le dio un sorbo a su botella de agua, cerró los ojos y en poco menos de un minuto los volvió a abrir para darme el primer mensaje de la sesión. Esa fue una pequeña decepción, pensé, pues yo –consumidora recurrente de cintas de terror hollywoodenses– esperaba que sus ojos se pusieran en blanco y que su voz se transformara completamente; una posesión... o algo así. Pero la primera ronda de revelaciones acertó con tal contundencia que terminé por rendirme y decidí aceptar los mensajes que estaban por venir. “Tú has venido a este mundo para tocar a la gente con tus palabras, pero no a las masas, sino a determinadas personas. No importa que sean pocas, cinco o 10, a las que toques las vas a tocar de verdad”.

Después, E. y mis ángeles sentenciaron que mi destino era editar una revista importante, quizá Playboy, algo perturbador, pues yo no le había dicho ni que era periodista ni que trabajaba en un medio de comunicación, mucho menos que, en efecto, mi más grande sueño es editar una revista de literatura y periodismo narrativo. Fue ahí cuando ese descarado ego empezó a apoderarse de mí mientras yo pensaba: "una rayita menos a mi escepticismo".

Mientras reconectaba con los ángeles, abriendo y cerrando los ojos de una forma tan apacible que me hizo que percibiera a E. como a un amigo, me remonté a un par de años atrás, cando tuve una gran revelación: yo debía tener un ángel de la guarda, una especie de guardián místico, o bien, las alineaciones de los astros siempre estaban a mi favor, pues algo o alguien me libra siempre de las situaciones menos convenientes: decido no asistir de último momento a las fiestas que terminan en tragedia; el preciso día en el que, por alguna razón, no cumplo con una fecha de entrega para algo, esta se aplaza; como todo lo que no debo comer y aún así mis niveles de colesterol y azúcar siguen en niveles casi perfectos; sin buscarlo ni desearlo con todo el corazón, siempre me llega algo fortuito; encuentro mis pertenencias perdidas, entre otras muchas manifestaciones esotéricas que parecen gritarme: ¡Queremos que lo pases bien en este mundo! Así que desde entonces no he dejado de preguntarme qué hice para merecer tantas bondades del universo.

Mis pensamientos fueron interrumpidos por E., quien nuevamente atinó a darme una grandiosa sugerencia de parte de mis guardianes: debía balancear mi lado femenino y mi lado masculino, pues ahora este último era el que predominaba en mi vida y por eso no permitía que me consintieran, pues siempre quería tener el control de las cosas. Y vaya que no estaba nada equivocado, siempre he pensado que estuve a pocos genes de ser hombre.

Tras aplazarlo por varios minutos, decidí ir al grano y sacar el tema que en verdad quería tocar, por el que muchas personas acuden a este tipo de sesiones: el amor. Porque seamos sinceros, nunca tenemos suficientes respuestas al respecto y siempre queremos saber más. ¡Vengan a mí todos los detalles sucios! "Estás en una relación estable, sólida, se quieren mucho y hay confianza", me dijo E. En ese momento, mi lado masoquista y amante del drama se decepcionó nuevamente, pues yo esperaba que me dijera algo del tipo "¿Tu marido trabaja con una mujer rubia? Ten cuidado porque te lo están sonsacando. Ella se llama...".

También me dijo que tenía que dejar de preocuparme por terminar como mis padres (perdón si estás leyendo esto, ma), es decir, dejar de enfocarme en formar una pareja en la que ninguno de los dos se vuelva un refunfuñón con el tiempo (perdón si estás leyendo esto, pa).

Aunque yo siempre ando por la vida diciendo que no quiero tener hijos, en pro del cambio climático y en contra de la sobrepoblación, mis ángeles me dieron un mensaje final; que en fondo sí quería tenerlos, y que tengo tal madera para ser buena madre que tendría al menos DOS. ¡Dios mío! A veces se me olvida si prendí el calentador cuando me estoy bañando, ni pensar en los hijos. En fin... ahora le tenía tanto respeto a mis deidades aladas que mejor no los contradije. El tiempo lo dirá.

A punto de terminar la sesión, concluí que aunque dudé de la veracidad de algunos de los mensajes había recibido, algo era cierto; esta terapia tiene un efecto similar al que se produce cuando te halagan, cuando te dicen que tendrás suerte o cuando sientes que estás en el lugar adecuado. Una sesión de empoderamiento femenino, diría yo. ¡Placebo puro! "Todo está en mis manos, pero siento que se viene bueno", me dije.

De regreso de la sesión, a bordo de un taxi y recorriendo la ciudad que empezaba a llenarse, me puse a pensar en el título que le daría a mi libro de cuentos e incluso, por algunos momentos, me replanteé la posibilidad de tener chilpayates. Por ahora, los astros, la numerología y el tarot podían esperar. “Díselo a mis ángeles, arréglate con ellos. Mientras tanto, yo voy a amasar ese Pullitzer”.


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